
Spider (Ralph Fiennes) es un muchacho de mente inestable que queda marcado cuando su propio padre asesina a su madre de manera brutal, reemplazando su presencia por la de una prostituta.

Tiempo después Spider reside en un psiquiátrico hasta que es dado de alta. A partir de ahí vivirá en un hospicio, lugar en donde no recibe la atención necesaria.
Hay dos escenas de Spider que la resumen entera. En una aparece un rompecabezas. En la otra, un cristal resquebrajado (que a su vez se asemeja también a un puzzle), con uno de sus fragmentos manchado de sangre, del al igual que los recuerdos del una vez más atormentado Ralph Fiennes no encajan.

Ese es el reto y el éxito de esta cinta, que nos muestra en primer plano la pobredumbre (no solo mental) en la que Fiennes se ve sumido, y cuyo pasado se va reconstruyendo poco a poco, siempre desde su deteriorado punto de vista, con un esfuerzo notable por parte del actor, que llena buena parte de la película sin tener apenas diálogo, pero sin caer en histrionismos o tics

Mención aparte también para el conseguido entorno, lúgubre, inhóspito, hueco y frío, casi como una proyección de los personajes, reforzado por una sencilla pero eficaz banda sonora de Howard Shore y una muy buena fotografía de Peter Suschitzky.
Estamos ante lo que se suele denominar una pequeña obra maestra, una pequeña joya para paladares finos y espectadores sagaces, una historia por descubrir delicada, oculta y terrible, de las que dejan huella. Chapeau.
FUENTE: El criticon
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